Las palabras que le bullían en la cabeza
Pasó no menos de una hora diaria completando diecinueve cuadernos de trabajo, según los denominaba él, rellenándolos con diversos ejercicios creados por él mismo con el fin de aguzar el ingenio, ahondar en el detalle y tratar de mejorar: descripciones de objetos físicos, paisajes, cielos matinales, rostros humanos, animales, el efecto de la luz en la nieve, el ruido de la lluvia en el cristal, el olor de un tronco ardiendo, la sensación de caminar entre la niebla o escuchar el viento que sopla entre las ramas de los árboles; monólogos en la voz de otros con objeto de convertirse en esos otros o al menos tratar de entenderlos mejor, pero también desconocidos y gente nada cercana, como J. S. Bach, Franz Kafka, la cajera del supermercado del barrio, el cobrador de los billetes del ferrocarril y el mendigo que le pidió dinero en la estación; imitaciones de escritores admirados, exigentes e inimitables del pasado (cogía un párrafo y redactaba algo basado en su modelo sintáctico, empl...