Envejecer juntos
Podría reconocer tus manos entre un millón de manos, me sé la forma de tus nudillos, tendones, venas, uñas, líneas adivinatorias. Y tu cuerpo. Las veces en que todavía te desnudas delate de mí, para cambiarte de ropa con prisa o al salir de la ducha, el momento fugaz en que veo tus pechos. La carne menos firme de los brazos, el vientre hinchado, las caderas moldeadas por dos embarazos, las nalgas blanquecinas y tiernas, las varices culebreando por las piernas, los dedos de los pies ya deformados. Cada parte del cuerpo por separado muestra esa huella del tiempo, la manera en que nos vamos gastando. Y me doy cuenta de que así contado, parte a parte, centímetro a centímetro, con quizás demasiada definición y prosa de autopsia, puede darte la impresión de deterioro, de fealdad, de desagrado incluso, pero nada de eso, al contrario: la observación detallada es una muestra de admiración. De belleza. Y el conjunto, cuando abro el campo para verte entera, el conjunto de todos esos fragmento...