A partir de un cierto umbral en la vida, ya no puedes hacer travesuras... pero puedes escribir
Pasados los treinta, sentirse como un universitario borracho que escandaliza a los ancianos es reconfortante, para qué negarlo. El resto del tiempo eres un ciudadano que recibe cartas del banco, hace declaraciones del IVA, peina a su hijo antes de llevarlo al colegio, es tratado de usted por los niños del parque que te piden que les devuelvas la pelota y se come sin rechistar y con gusto el guiso de los domingos en casa de sus suegros. Pero, en cuanto abres el ordenador y te pones a escribir, te conviertes en un gamberro, alguien capaz de enfadar a un lector. Sientes que, en vez de estar frente a una pantalla, cabalgas una Harley a ciento treinta por hora directo a la curva del diablo donde se mató el capitán del equipo del insti. Al escribir, no te duele el lumbago, no se te cae el pelo, no se te notan las arrugas de los ojos, se te encoge la barriga. Eres un enfant terrible , el más chulo del barrio, el gangsta y el macarra.