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Mostrando entradas de 2018

Así habría que estar siempre

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Así habría que estar siempre, pensó él. Sacó el paquete de tabaco del bolsillo y sostuvo la caña del timón entre el brazo y el cuerpo mientras intentaba liarse un cigarrillo. Tenía los dedos mojados y el papelillo se le rompió. Sacó otro papelillo, que también se le rompió. La chica le preguntó si quería que lo hiciera ella. Él le lanzó el paquete de tabaco. - Esta es una buena vida - dijo. - Así habría que estar siempre - Sí. Deberíamos hacer siempre lo que nos apetece. - Para eso hay que tener dinero. No puedes hacer lo que te apetece sin dinero. - Ya. Eso es lo fastidioso. Y para conseguir dinero tienes que hacer algo que no te apetece, y entonces ya no tiene mucho sentido.

No juzgar a alguien por los libros que tiene

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Si durante toda vuestra vida habéis sido lectores, es probable que vuestros hábitos de lectura estén tan arraigados que sean virtualmente inconscientes, por lo que colocarlos en primer término puede resultar un experimento la mar de interesante. Para hacerlo, considerad las siguientes cuestiones: ¿leéis las notas a pie de página sobre la marcha, una vez habéis acabado o jamás? ¿Leéis los ensayos introductorios y todo lo que aparece al final o consideráis que el «libro» es el texto en sí y que termina en el último capítulo? ¿Tratáis de no «contaminar» vuestra experiencia de lectura evitando cualquier sinopsis, publicidad o elogio de la crítica que pueda aparecer en la contraportada? Tal vez no leáis nada hasta que estáis familiarizados con el consenso crítico. ¿Tenéis varios libros empezados a la vez, pongamos por caso: una obra de ficción, otra de filosofía, una tercera de religión y quizás algo de poesía? ¿Os sentís intranquilos si no dedicáis al menos unos minutos al día a...

Una tarde sonó un estruendo

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Una tarde sonó un estruendo. Los vidrios de las ventanas retemblaron. El profesor guardó unos instantes de silencio antes de reanudar las explicaciones. Transcurridos algunos minutos, se oyó un ulular de sirenas a lo lejos. Nadie hizo preguntas, todos sabíamos. No era la primera vez que ocurría tal cosa. Por aquel tiempo yo era alumno en un colegio de mi ciudad natal. Sentado a un pupitre, diariamente me ejercitaba en compañía de otros adolescentes en las letras y los números; me familiarizaba con las leyes generales de la Física, con la historia de las naciones, con la técnica del dibujo. No recibí una educación perfecta, entre otras razones porque seguramente una educación perfecta no existe. Pero me transmitieron valores, me beneficié del fomento de ciertas cualidades, aprendí a trabajar en equipo, a compartir, a convivir, a amar la música y los libros. Podría poner más de una objeción a los métodos didácticos empleados; pero, así y todo, albergo la certeza de que las actividades...

Las palabras que le bullían en la cabeza

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Pasó no menos de una hora diaria completando diecinueve cuadernos de trabajo, según los denominaba él, rellenándolos con diversos ejercicios creados por él mismo con el fin de aguzar el ingenio, ahondar en el detalle y tratar de mejorar: descripciones de objetos físicos, paisajes, cielos matinales, rostros humanos, animales, el efecto de la luz en la nieve, el ruido de la lluvia en el cristal, el olor de un tronco ardiendo, la sensación de caminar entre la niebla o escuchar el viento que sopla entre las ramas de los árboles; monólogos en la voz de otros con objeto de convertirse en esos otros o al menos tratar de entenderlos mejor, pero también desconocidos y gente nada cercana, como J. S. Bach, Franz Kafka, la cajera del supermercado del barrio, el cobrador de los billetes del ferrocarril y el mendigo que le pidió dinero en la estación; imitaciones de escritores admirados, exigentes e inimitables del pasado (cogía un párrafo y redactaba algo basado en su modelo sintáctico, empl...

El poeta que acusó al emperador

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Por razones misteriosas que tal vez si se revelaran parecerían banales, en el año 8 de nuestra era el emperador Augusto desterró de Roma al poeta Publio Ovidio Nasón. Ovidio terminó sus días en una aldea apartada en la costa occidental del mar Negro, añorando Roma. Había vivido en el centro del centro del imperio, que, en aquellos tiempos, era equivalente al mundo; para él el destierro era como una sentencia de muerte; porque no podía concebir la vida fuera de su amada ciudad. Según el propio Ovidio, la causa de aquel castigo imperial había sido un poema. No sabemos qué palabras contenía ese poema, pero eran lo bastante poderosas como para aterrorizar a un emperador. Al menos en un sentido, toda literatura es acción cívica; porque es memoria. Toda literatura preserva algo que de otra manera desaparecería con el cuerpo del escritor. Leer es reclamar el derecho a esta inmortalidad humana, porque la memoria de la escritura es totalizadora e ilimitada. Como individuos, los humanos rec...

De qué son capaces las turbas furiosas y desatadas

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Hace ya no sé cuánto tiempo (tal vez en1988), apareció en la portada de varios periódicos una de las fotos más espantosas que he visto. Tanto que la miré muy de prisa y le di la vuelta al diario, y antes de que llegara la noche lo tiré sin haberlo leído; y aun así, con la imprecisión de un solo vistazo, el recuerdo de la confusa imagen perdura, se me representó muchas veces y todavía lo sigue haciendo. No sé si en Belfast, en Derry o en un pueblo, una turba había atacado a un soldado inglés y lo había despellejado, siempre confié en que no vivo, las circunstancias del asunto me las ahorré en lo posible, mucho no quise leer (solamente el pie de foto, supongo), preferí ignorar los detalles. Tengo la vaga idea de que el cadáver del soldado estaba boca abajo y en aspa, como un San Andrés crucificado, lógicamente desnudo o casi y apoyado contra algo, una pared, una pila de neumáticos, quizá unos barriles de cerveza, no lo sé. Pero a su alrededor había gente, no aparecía solo, ya aband...

Facebook puede anular posibilidades para el crecimiento y la realización personal

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Cuando no estamos trabajando nuestra disciplina vacila y nuestra mente se disipa con mucha frecuencia. Puede que anhelemos el fin de la jornada laboral para poder empezar a gastar la paga y pasarlo bien, pero la mayoría de nosotros malgasta sus horas de ocio. Apartamos el trabajo duro y raramente nos embarcamos en aficiones exigentes. En su lugar, vemos la televisión o vamos a un centro comercial o nos metemos en Facebook. Somos vagos. Y después nos aburrimos y nos irritamos. Desconectados de cualquier foco externo, nuestra atención se vuelve hacia nosotros mismos, y terminamos encerrados en la cárcel de la conciencia de uno mismo. Mediante el «descubrimiento» estadístico de amigos potenciales, la provisión de botones de «Me gusta» y otras muestras «cliqueables» de afecto, más la gestión automatizada de muchos de los aspectos de las relaciones personales que consumen tiempo, quieren lubricar el proceso caótico de establecer relaciones. El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, c...